"TOO MANY THINGS" Sebastián Boesmi - NDG 2024
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La expansión de demasiadas cosas
La exposición de Boesmi Too Many Things a ser expuesta en Galería Matices abarca campos de técnicas, materiales y procedimientos definidos con claridad: pinturas, impresiones 3D, esculturas y video. Sin embargo, el carácter transmedial de su trabajo no sólo establece vínculos secretos entre esos ámbitos, sino que los hace sobreponerse continuamente borroneando los límites; creando zonas intermedias, vacilantes e, incluso, abriendo nuevos espacios. Esa vocación expansiva es una de las características de la obra de Boesmi: la pintura atraviesa de modo transversal toda su producción; tal como lo hace el empleo de dispositivos tecnológicos y objetos escultóricos cuyas formas circulan en direcciones diversas cruzando con naturalidad los lindes de aquellos ámbitos. Este entrecruzamiento inestable condiciona y expande el campo concreto de las distintas propuestas, que devienen piezas de sitio específico; instalaciones, en sentido amplio.
El tránsito continuo entre medios diversos y su inscripción en un espacio contingente suponen, por una parte, la acción de conceptos compartidos; por otra, revelan la puesta en acto de uno de esos conceptos, fundamental en su obra: la idea de movimiento y devenir incesante, de mutación y travesía. Todo bulle y se mueve en esa obra, desaparece y reaparece; deja entrever lo otro de cada forma, el después de todo momento, el trasfondo y el más allá de uno y otro lugar. La diversidad teje tramas que, a su vez, son fluctuantes y empujan las figuras fuera de sí impidiendo toda posición estable, todo arraigo o acomodo en el espacio.
Boesmi intensifica la facultad más propia de la imagen: la de establecer vínculos entre términos diferentes, opuestos y, aun, contradictorios entre sí. La imagen relaciona lo que es con lo que no es y, desde esa extraña paradoja, pone en pie de igualdad lo real y lo virtual y enlaza lo actual y lo posible. Esta múltiple capacidad de la imagen permite conectar el quehacer mecánico o manual con el tecnológico, así como equiparar operaciones gráficas, pictóricas y espaciales y concertar lo orgánico y lo inorgánico. Por eso, el devenir entre distintos reinos físicos, técnicos e, incluso, ontológicos –cuestión central del arte contemporáneo– no supone para Boesmi una operación forzada: las imágenes se deslizan o se abren paso adecuándose a los contextos distintos y, a veces, mimetizándose con cada medio. Así, alteran y transforman sus figuras y se identifican en parte con otras. Estos cruces no resultan necesariamente apacibles; suponen a menudo enfrentamientos y provocan conflictos no siempre resueltos; en este último caso, las tensiones entre formas opuestas quedan latentes; convertidas en energías que nutren la obra, empujan desde adentro sus diferencias y avivan la presencia de sus distintas propuestas.
Las cualidades proteicas de la imagen permiten al artista trabajar la tercera dimensión de la escultura empleando los mismos criterios cromáticos y materiales utilizados en otros procedimientos. Lo hace asumiendo las particularidades técnicas de cada medio: las esculturas son confeccionadas con bioplásticos provenientes de la fermentación de la mandioca y el maíz, combinados con cerámicas e impresos en 3D. Así como Boesmi explora, y explota, las destrezas de la imagen, así investiga y usufructúa las posibilidades que presenta la tecnología en los más diversos campos. Pero, una vez más, lo tecnológico no aparece desgajado de otros medios de producción de obra y actúa en connivencia con lo artesanal. Las esculturas son elaboradas de modo manual y constituyen piezas únicas. Se levantan sorteando el litigio ya viejo entre lo artesanal, lo tecnológico y lo artístico.
En un punto, lo escultórico se mueve en el límite de lo tridimensional y, aun, lo traspasa. Las esculturas hechas con neón y suspendidas en muros se nutren de la luz, se apropian de sus principios esenciales (la intensidad, lo efímero, lo versátil) y, sin abandonar la memoria del relámpago ni soltar sus vínculos con el color, se emparentan con la escritura: con los grafitis callejeros de Asunción, las escuetas cifras de una ciudad que reprime sus gritos. Este parentesco produce otros desplazamientos: el devenir imagen-texto de la escultura; pero también, y principalmente, de la pintura.
La pintura de Boesmi ocupa un ámbito acotado pero entreabierto. Acaso su singularidad, y su autonomía por momentos, se definan tanto desde la narratividad de sus propuestas como a partir de la especificidad de la técnica. El artista levanta espacios inventados, a medio camino entre la figuración onírica, el discurso calculado y la ficción desatada. Son paisajes o dimensiones sin más referencias que sus propias formas y colores. Por un lado, esos lugares –distópicos por momentos– son habitados o cruzados por signos abstractos o formas claramente representativas, desconectadas entre sí, descolgadas de cualquier sostén (animales mutantes, perfiles humanos y objetos truncados). Son seres de contornos indecisos, organismos incompletos o en proceso de formación, señales espectrales quizá: los pasajes secretos entre el medioambiente, la subjetividad humana y la digitalización del mundo producen estadios intermedios, bocetos de cuerpos en tránsito. Por otro lado, los trazos abstractos que hierven en la obra apuntan a convertirse en parte de escritura; son letras o grafías posverbales, fragmentos de enunciados o cifras de un lenguaje desconocido provisto del mismo valor expresivo que los colores, texturas o formas. Es que la pintura misma debe ser encarada en clave del gran ritual de pasaje que es la obra de Boesmi: se proyecta más allá de lo plano y de lo objetual y se interna en los dominios irreales regidos por la virtualidad sin abandonar su identidad pictórica.
La virtualidad. Resulta extraño que un artista tan atento a la densidad de la naturaleza, los desafíos de la materia y la situación del ser humano en el mundo concreto, se dedique con entusiasmo a explorar las posibilidades de la imagen digital. Ese afán se justifica cuando advertimos que parte de la expansión de la pintura se desarrolla mediante el salto del lienzo a la pantalla. La pintura es, al fin y al cabo, un laborioso procedimiento manual que incita a mirar más allá de lo visible y, por ende, habilita a interpretar la realidad (sea lo que sea) tanto a través de trazos plásticos como de pixeles. El fuera de campo que habilita el arte fuerza a imaginar el otro lado apelando a todos los recursos que aguzan la percepción, investigando todos los sistemas que facilita la cultura en cada tiempo. Boesmi atisba la escena paralela sostenido por el poder de la imaginación y el aliento sutil del humor. A veces, la ironía produce desvíos y abre resquicios que permiten mirar con cierta distancia el teatro de la representación y vislumbrar los pasadizos que lo vinculan con sus afueras. Otras veces, la escena misma ignora los límites del telón, supera el arco del proscenio y empuja a saltar extramuros: el lugar de la actuación coincide con el de la audiencia. Sus postulados de interactividad de la obra y, por ende, la impugnación que hace Boesmi del papel meramente pasivo del espectador, lo llevan a cruzar el dintel de la imagen, internarse en el espacio exterior del escenario y promover la participación del público mediante talleres y otras actividades adicionales a la exposición. Con este movimiento pragmático, el artista no completa el acto creativo, necesariamente inconcluso, pero lo nutre con un gesto potente que, otra vez, impulsa a la imagen a expandir sus alcances más allá del dominio cerrado de un medio cualquiera.
Ticio Escobar
Asunción, junio de 2024.